Cuando era pequeña, en edad escolar, acercándose las fechas de navidad, compraba en la papelería de detrás de mi casa, montones de felicitaciones de navidad.
Eran pequeñitas, del tamaño de una tarjeta de presentación o más pequeñas aún, iban con su sobrecito, y escribía a casi todos los compañeros de clase, una para cada uno (no a todos eh, que una tenía sus preferencias y el bolsillo corto).
Yo también recibía con mucha ilusión las que me regalaban mis compañero/as... Qué tiempos aquellos...
El olor a ilusión, las conversaciones de recreo, ¿Y tú, qué le vas a pedir a los reyes? Horas y horas hablando, que si unos pantalones, la última muñeca, el último juego, un disco o cassette.
Al terminar las vacaciones, regresábamos con caras sonrientes de volver a vernos y poder explicar las novedades.
Qué tiempos! Harta estoy de decir que a mí los reyes no me traían juguetes, la Nancy nunca llegó, ni la cocinita... Es que mis reyes eran muy muy humildes, me traían una cartera, un estuche. Aquello me tenía intrigada, pero ya ahora, bueno, hace tiempo, entiendo que era lo mejor, y en aquellos tiempos, era feliz también, porque los reyes se habían acordado de mí y me habían traído cosas nuevas y bonitas (unas zapatillas, una bata, pijama, calcetines... Si es que eran muy prácticos).
Tampoco poníamos pavo o besugo, ni gambas o marisco... Eran navidades de pollo rustido con piñones, pasas y ciruelas y sopa, y canelones de las sobras de la carne... De una botella de cava para brindar y vino peleón, y de extra una fanta o coca-cola. De postres piña y melocotón en almíbar y los turrones... Qué bonito todo, y cómo me gustaban las neulas o barquillos para absorber un poco de cava, como si fuera una cañita.
A todo esto, después de tantos años, cada año vuelve, no se retrasa ni un día, y con ella aquellos recuerdos tan, tan, no tengo definición, pero hace que salga la ilusión en mí, que desee lo mejor para todos, que recuerde a mis seres más queridos, los que ya no están, los que están y los nuevos.
Y doy gracias, porque esas fechas que tanta gente odia, a mí me hace feliz, a pesar de que me traiga nostalgia, de que no haya vuelta atrás, de que hayan discrepancias familiares.
Hoy me he puesto a escribir mis felicitaciones de navidad, unas cuantas, porque inevitablemente, SIEMPRE hay algún ser querido lejos y que desearías tener al ladito abrazando y deseándole todo lo que le dices en la felicitación.
Ya sé que el correo electrónico ha dejado muy abajo al postal, pero me resisto, sé que aún hace mucha ilusión abrir el buzón y ver una carta escrita a mano, sin que sea una factura o publicidad, que mires el remite y leas "fulana y fulano" Y digas "se han acordado de mí! Es navidad!"
Lo que daría por ver esas caritas...