Copio del otro foro esta entrevista. Releyéndola y releyendo los comentarios de los compañer@s foreros se me ha quedado cara de...................reloj de arena
Muchas gracias a Fernanda por la sugerencia de volver a poner la entrevista.
Bueno, hace mucho tiempo que prometí poner esta entrevista con un tuareg que extraje de la prensa. me parece que sus respuestas están llenas de vida, de calidez, de amor, y de un destello de estrella brillante del oasis del desierto.
Es una entrevista muy interesante con Moussa Ag Assarid, escritor tuareg y defensor de los pastores.
P.D.: os pongo también un poco de banda sonora
http://es.youtube.com/watch?v=Wqd4Naypf7s
Qué turbante tan hermoso...!
–Es una fina tela de algodón:
permite tapar la cara en
el desierto cuando se levanta
arena, y a la vez seguir viendo
y respirando a su través.
–Es de un azul bellísimo...
–A los tuareg nos llamaban los hombres
azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra
piel toma tintes azulados...
–¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?
–Con una planta llamada índigo, mezclada
con otros pigmentos naturales. El azul, para
los tuareg, es el color del mundo.
–¿Por qué?
–Es el color dominante: el del cielo, el techo
de nuestra casa.
–¿Quiénes son los tuareg?
–Tuareg significa abandonados, porque somos
un viejo pueblo nómada del desierto, solitario,
orgulloso: señores del desierto, nos llaman.
Nuestra etnia es la amazigh (bereber),
y nuestro alfabeto, el tifinagh.
–¿Cuántos son?
–Unos tres millones, y la mayoría todavía
nómadas. Pero la población decrece... “¡Hace
falta que un pueblo desaparezca para que
sepamos que existía!”, denunciaba una vez
un sabio: yo lucho por preservar este pueblo.
–¿A qué se dedican?
–Pastoreamos rebaños de camellos, cabras,
corderos, vacas y asnos en un reino de
infinito y de silencio...
–¿De verdad tan silencioso es el desierto?
–Si estás a solas en aquel silencio, oyes el
latido de tu propio corazón. No hay mejor
lugar para hallarse a uno mismo.
–¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto
conserva con mayor nitidez?
–Me despierto con el sol. Ahí están las cabras
de mi padre. Ellas nos dan leche y carne,
nosotros las llevamos a donde hay agua y
hierba... Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo,
y mi padre... Y yo. ¡No había otra cosa en el
mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!
–¿Sí? No parece muy estimulante...
–Mucho.Alos siete años ya te dejan alejarte
del campamento, para lo que te enseñan
las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar,
aguzar la vista, orientarte por el sol y
las estrellas... Y a dejarte llevar por el camello,
si te pierdes: te llevará a donde hay agua.
–Saber eso es valioso, sin duda...
–Allí todo es simple y profundo. Hay muy
pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!
–Entonces este mundo y aquél son muy diferentes,
¿no?
–Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad.
Cada roce es valioso. ¡Sentimos una
enorme alegría por el simple hecho de tocarnos,
de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar
a ser, ¡porque cada uno ya es!
–¿Qué es lo que más le chocó en su primer
viaje a Europa?
–Vi correr a la gente por el aeropuerto...
¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta
de arena! Me asusté, claro...
–Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja...
–Sí, era eso. También vi carteles de chicas
desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia
la mujer?, me pregunté... Después, en el hotel
Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr
el agua... y sentí ganas de llorar.
–Qué abundancia, qué derroche, ¿no?
–¡Todos los días de mi vida habían consistido
en buscar agua! Cuando veo las fuentes
de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro
un dolor tan inmenso...
–¿Tanto como eso?
–Sí. A principios de los 90 hubo una gran
sequía, murieron los animales, caímos enfermos...
Yo tendría unos doce años, y mi madre
murió... ¡Ella lo era todo para mí!Mecontaba
historias y me enseñó a contarlas bien.
Me enseñó a ser yo mismo.
–¿Qué pasó con su familia?
–Convencí a mi padre de que me dejase ir
a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince
kilómetros. Hasta que el maestro me dejó
una cama para dormir, y una señora me daba
de comer al pasar ante su casa... Entendí:
mi madre estaba ayudándome...
–¿De dónde salió esa pasión por la escuela?
–De que un par de años antes había pasado
por el campamento el rally París-Dakar, y
a una periodista se le cayó un libro de la mochila.
Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me
habló de aquel libro: El Principito. Y yome
prometí que un día sería capaz de leerlo...
–Y lo logró.
–Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar
en Francia.
–¡Un tuareg en la universidad...!
–Ah, lo que más añoro aquí es la leche de
camella... Y el fuego de leña. Y caminar descalzo
sobre la arena cálida. Y las estrellas:
allí las miramos cada noche, y cada estrella
es distinta de otra, como es distinta cada cabra...
Aquí, por la noche, miráis la tele.
Sí... ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
–Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis.
¡En Francia se pasan la vida quejándose!
Os encadenáis de por vida a un banco, y
hay ansia de poseer, frenesí, prisa... En el desierto
no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque
allí nadie quiere adelantar a nadie!
–Reláteme un momento de felicidad intensa
en su lejano desierto.
–Es cada día, dos horas antes de la puesta
del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y
hombres y animales regresan lentamente al
campamento y sus perfiles se recortan en un
cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde...
–Fascinante, desde luego...
–Es un momento mágico... Entramos todos
en la tienda y hervimos té. Sentados, en
silencio, escuchamos el hervor... La calma
nos invade a todos: los latidos del corazón se
acompasan al pot-pot del hervor...
–Qué paz...
–Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.