¿Qué harás, me hará, dará?
Un vuelco el vaso sobre el cristal.
Curvará, ladera a la luz del vendaval
desgajando un beso de corbata sobre el mar.
Asimos el cetro hecho espuma,
fuerte soplamos el ingrediente
sin cabeza sentados nos deja
en la arena cara al mar.
Sobre el mar se aleja
vivo Wilson, vivo emplea
los puños contra la madera.
Verde hierba fértil baila con la brisa..
Cañones sin voz colgando de una estaca..
Miran juntos las virtudes y desgracias..
Qué azaroso pinta el cielo de naranja..
Un perfil, un cuello, una bella sonrisa..
Arrieros,
portan gloria bajo el ala de su sombrero.
La luna explica todas las noches
a quien están atentos. Muerde,
es el instinto voraz, las fauces dormidas y afiladas no descansan..
El viento silba un canto lejano,
expande su onda, viaja en el medio
gaseoso portátil mundano sediento profano escalera abajo derriba su mano el llanto templado que muge olvidado que hiere, que muere,
quien fuere la menta que arañe los dedos de un breve
aliento, si me arrepiento. De un escarmiento, no pesa el viento.
Ni explota, ni sube ni baja, se mece..
Ladea,
como planea el cristal y el beso escasea,
marea, llévatela lejos donde no la vea,
que quiero empezar
borrón y cuenta nueva.
En la linde del bosque recostado en mi melancolía, instalado como para siempre. Y a lo lejos, la llanura amarilla iluminada por un escueto sol de invernadero.
Sobre el asfalto, el estrépito de la ciudad latiendo. Sobre el asfalto escuchaba, hipnótica, tu voz diciendo: 'No sigas sufriendo'. Manolo García - En Una Playa Calma - Para que no se duerman mis sentidos (2004)Como el hombre de los hielos acechando en la negrura de un bosque de coniferas, sentí, no sé por qué, congoja y soledad aquella mañana de tormenta.
Aquella mañana de tormenta, miraba cuadros que eran puertas cerradas, recostado en un diván de hotel de una ciudad del sur, no sé en qué año. Quizá en el noventa.
Conmigo mismo, a solas, y sin saber darme descanso.
Si hubiera podido echar ancla a resguardo de alguna playa calma. En un florecer de inviernos lejos del mar abierto, varado de espaldas al alma.
Mas fue tan raudo el vuelo, tan cambiante el señuelo, tan rápida la batalla. Salió el sol y fue peor, un viento negro arremolinando las adelfas cuajaba mi ánimo espacial, y me lanzaba a navegar entre aerolitos a traves del ventanal con cortinajes.
A traves del ventanal, como un hombre de los hielos, un rudimentario arco y cuatro flechas,
alentado por la inexplicable tentaciín de la existencia, volvió a encapotarse el cielo.
Como la vida; luz, penumbra, luz. Conmigo mismo a solas y sin saber darme descanso. En la linde del bosque recostado en mi melancolía, instalado como para siempre. Y a lo lejos, la llanura amarilla iluminada por un escueto sol de invernadero.
Sobre el asfalto, el estrepito de la ciudad latiendo. Sobre el asfalto escuchaba, hipnótica, tu voz diciendo: 'No sigas sufriendo'.